viernes, 23 de abril de 2010

MIRANDO AL SUELO


  Hoy he hecho un viaje al país de lo escondido, de lo callado. He explorado rincones de mi  misma, enredados en el olvido, he reflexionado en voz alta, sin otro espectador que mi propia conciencia. Frente al oído atento de un interlocutor imparcial, he transitado por la calle de la duda, sin otra compañía que mi propio lenguaje, sola, sin mi bastón humano. Ésta vez a mi derecha no había nadie, tan sólo una silla vacia.
 
  He sacado fuera esas cosas que me hacen daño, aunque sé que algunas saldrán de mi sólo por un momento, como en un deshago, pero que jamás se irán. Tal vez no sepa decirle adiós ni siquiera a lo que me hace daño y si supiera, no sería el momento, nunca es el momento para lo que quiero. Algún día aprenderé a desafiar al tiempo.

  A pesar de todo, he visto que aún queda algo de fuerza en mi interior, que sé volver del revés los reveses de la vida. Pero entonces me he dicho que, si de todo esto tengo, porqué no alejo de mi este letargo ante la rapidez de la vida, he busacado las razones y no las he encontrado, pero curiosamente, he mirado mis pies. He escuchado la velocidad de mis palabras sin entender su prisa y, otra vez, he mirado mis pies. He mirado mis manos, parecían las de otra persona, no entendía sus movimientos y, casi sin querer, he bajado la vista a mis pies. Allí estaban silenciosos, dormidos, doloridos, preguntándose sobre lo andado y lo que está por andar. Ellos no pueden ni con las botas que calzan. No tienen nada que ver, ni con mis manos, ni con mis palabras, ni con mi sonrisa. Yo... no soy "ellos". Ellos... no son "yo".

  Ya sé que es fácil mirar al suelo cuando no se sabe que hacer, pero yo sí sé lo que quiero hacer, sólo que antes tengo que mirar a mis pies. Ya sé lo que le ocurre a los que no entienden mi queja. Ellos sólo miran arriba, sólo mis ojos, mis labios que hablan sin parar, mi sonrisa, dispuesta a volver a sonreir. Ellos no miran mis pies, tímidos, chiquititos, ahogados.

martes, 6 de abril de 2010

NECESITO



  No he desaparecido, sigo aquí, no estoy enfadada, ni siquiera triste, podría decir que estoy ausente, pero ausente de mi misma, en stand by, pero no sé si eso explicaría lo que siento ahora mismo. Es como un estar y no estar, un sentir y no sentir, es como querer y no poder. Estoy cansada de vivir hacia fuera, entre cuatro paredes, pero siempre o, casi siempre hacia fuera, pendiente de la respiración del otro, del dolor del otro, de la sed del otro, de la alegría del otro y de las miserias del otro. Yo también tengo respiración, dolor, sed, alegrías y, como no, miserias.
 
  No soy ni la mejor persona del mundo, ni el mejor ejemplo para nadie, tampoco soy infalible, aunque lo parezca. Necesito gritar, por si alguien no lo sabe que me fallan las fuerzas, que me río como si nada ocurriera, que me retuerzo de dolor pero ahí estoy, que el cansancio es atroz pero me lo callo, que ésta, mi nueva casa, es bonita, pero que añoro la que dejé hace unos meses por cuestión de supervivencia familiar.
 
  Hace mucho tiempo que callo muchas cosas para no herir a nadie más, para que nadie se sienta mal a mi lado. Mi dolor, mi cansancio, mi mala salud sirven para camuflar muchas cosas que me hieren en esta vida. Necesito darme cuenta de que existo, necesito respirar, aprender a decir "no", "ahora no puedo atenderte a ti o a ti", tengo que escucharme también a mi misma, oir la queja de mi cuerpo o el lamento de mi mente cuando ya no puede más. No sé cómo decirle al mundo que necesito parar.

  Ni siquiera sé la razón por la que escribo ahora y no ayer o porqué esta mañana me reconocía y ahora no.
No sé quién es esa que le da al teclado titubeante, pensativa y un poco acorralada, incluso por su propio blog.

  Atenea me suplica que vuelva, que escriba, que me pierda entre las letras, pero a mi me da miedo estar aquí, me da miedo no querer volver a la vida. Temo quedarme entre estas páginas, anclada al sonido de mis campanitas y mis mariposas.
 
  Siempre me hizo bien escribir, volcar mis pensamientos en un papel, pero ahora me cuesta escribir lo que pienso porque casi no tengo sentimientos y no puedo escribir lo que siento porque casi no tengo pensamientos. Bonito juego de palabras, si fuera eso, sólo un juego de palabras, pero nada más lejos de la realidad. Es una batalla, una lucha por sobrevivir en un mundo de dolor y cansancio. Es la batalla que intento ganar cada día, es un combate abierto entre lo que quiero y no quiero o, mejor dicho, entre lo que quiero y no puedo.